Tras abandonar Londres en 1999 y trasladarse a la tranquila ciudad costera de Weston-super-Mare, los cofundadores de Coil, John Balance y Peter "Sleazy" Christopherson, se instalaron en una finca palaciega de ocho dormitorios para desarrollar la química cabalística del grupo. Entre la asombrosa serie de obras maestras de finales de la era que produjeron se encuentra el opus lunar Musick To Play In The Dark, ampliamente aclamado como un cenit artístico en el momento de su publicación. De hecho, las sesiones que lo alumbraron fueron tan fructíferas que un segundo LP tomó forma durante la creación del primero.
Ayudados por la reciente incorporación del ingeniero multiinstrumentista galés Thighpaulsandra, Coil se adentraron aún más en los recovecos de la electrónica surrealista eldritch que Balance denominó "música lunar", un conjuro post-industrial en el eje de las energías narcóticas y nocturnas. Musick To Play In The Dark² abarca una hora bruja de mal diseño sonoro ácido, viajes en sintetizador, baladas opiáceas, glitch luciferino e himnos subliminales, alternativamente ominosos, oraculares y absurdos. El icono gótico escocés Rose McDowall colabora como vocalista en dos temas, pero por lo demás el álbum es un asunto hermético, que aprovecha la ilimitada sinergia insular del grupo.
La primera canción, "Something", es descarnada y encantadora, un experimento de spoken word para vacíos barridos por el viento. "Tiny Golden Books" desenrolla un remolino aéreo de sintetizador cósmico, susurrante y panorámico. "Ether" es un ejercicio de piano de cortejo fúnebre y juego de palabras embriagador ("It's either ether or the other"), mientras que "Where Are You?" y "Batwings - A Liminal Hymn" acechan como murmullos litúrgicos escuchados en el lecho de muerte, enmarcados en efectos granulares y velas parpadeantes.
En conjunto, la colección es más apagada y remota que su predecesora, como si se hubiera acostumbrado a las regiones más recónditas de estas oscuras sesiones. Pero la alucinación de caja de música "Paranoid Inlay" captura el lado cómico oblicuo del grupo, siempre brillando por debajo: sobre un ritmo deformado y tambaleante Balance entona una narrativa opaca de serenidad, San Pedro y verduras suicidas, acompañada de clavicordio en espiral y tartamudeos de electrónica. "Parece que la conmoción cerebral te sienta bien", repite dos veces, como una macabra frase de ligue, antes de dictar una entrañable entrada de diario sobre riesgos y fracasos, concluyendo finalmente con lo más parecido a un autorretrato que Coil ha llegado a hacer nunca: "En un día claro puedo ver para siempre / que el inframundo es mi ostra".